Fuente: EL ESPECTADOR
El cierre definitivo de casas culturales independientes en los corregimientos; la recolección de recursos entre vecinos para comprar paquetes de datos a quienes no tienen acceso a internet; el esfuerzo por trasladar procesos a las plataformas digitales, son situaciones que ha tenido que sortear este sector cultural rural.
Habitantes de la vereda La Loma, de San Cristóbal, dejaron de escuchar el eco de los instrumentos de La Banda Paniagua, mientras ensayaban los domingos; las presentaciones itinerantes de la Agrupación de Teatro Ayaneiba dejaron de llegar a las veredas vecinas y el único teatro físico de ese corregimiento —que pertenece a la Corporación Artística Caretas— extraña, entre otras cosas, las voces de los niños antes y después de cada función de títeres.
La plataforma cultural Red-Vuelta en la 80, en San Antonio de Prado, entregó la casa donde desarrollaban sus actividades, y la Mesa de Articulación Juvenil Parche en la 80 suspendió parte de sus procesos circenses y de formación artística comunitaria.
En San Sebastián de Palmitas —donde aún no se registran casos de Covid-19— vecinos extrañan las chocolatadas, conversaciones patrimoniales, entre otras actividades que promovía el colectivo Red Entre Montañas, así como otras prácticas artísticas juveniles.
En Altavista, la Corporación Cultural de ese corregimiento dejó de oír las voces de jóvenes y niños que a cualquier hora del día llegaban saludando y la Corporación Casa Arte, con su grupo de teatro Los Pantolocos suspendió parte de sus presentaciones.
Y, por último, en Santa Elena, los recorridos y encuentros patrimoniales que hacía el Foro Juvenil de Patrimonio y colectivos como Dimensión Bosque, también se han visto afectados.
Así, como estos procesos, hay muchos otros, que, aunque se han mantenido palpitantes entre las montañas de Medellín, han tenido que parar sus actividades, desaparecer o ajustarse a las posibilidades actuales, una realidad que comparten con la situación del sector cultural del resto de la ciudad y del país. Pero, pensar la cultura en estos territorios, como en algunas otras comunas de la zona urbana, significa, como lo afirma el caminante y líder del proceso Bajo la piel de Medellín, Gerardo Pérez: “La construcción de autoestima, identidad y valoración del territorio”.
Durante estos cuatro meses de cuarentena, los procesos artísticos y culturales que se venían desarrollando en los cinco corregimientos de Medellín —que conforman el 70% del territorio de la capital antioqueña— se han visto obligados a buscar alternativas para seguir activos, pero estos cambios, según indican, requieren de herramientas, nuevos conocimientos y, en algunos casos, de presupuestos que no habían contemplado: “Ahora toca conseguir equipos, toca contratar gente que sepa hacer lo que nosotros necesitamos. Nosotros nos presentábamos en el teatro y ahora tenemos que hacer la presentación y editarla para que quede acorde para pasarla por las redes”, explica Lelis Sierra, representante legal de la Corporación Artística Caretas.
Durante este proceso de “adaptación”, los artistas y gestores culturales han buscado la forma de adquirir nuevos conocimientos sobre manejo de redes sociales, aplicaciones y plataformas digitales. En ese proceso han logrado intercambiar conocimientos entre sí, han buscado autoformarse con escenarios digitales gratuitos y han contratado, en otras oportunidades, profesionales en estos campos: “Tuvimos que migrar a lo digital, entonces obviamente la gran mayoría nos pusimos en la tarea de aprender a manejar una red social, de aprender a manejar una plataforma para hacer un ‘en vivo’… Ha sido una oportunidad para crear contenidos artísticos y culturales, de una manera diferente. Como dice la famosa palabra ‘reinventándonos’ todos. Una invitación obligatoria para buscar otras maneras de hacer cultura”, explica Juan David Monsalve, representante legal de la Corporación Cultural Altavista.
Sobre este panorama, el subsecretario de Arte y Cultura, Álvaro Narváez, explica que desde la administración se han gestionado recursos adicionales con el Gobierno nacional y se han generado estrategias, en medio de las restricciones actuales: “Creamos unas posibilidades de flexibilidad también con el fin de que los proyectos se actualizaran a través de estos estímulos, que pudieran alquilar equipos para hacer grabación o pagar unas plataformas de edición que les permitiera mantener vivos estos proyectos y conectarse con el público. Hemos gestionado, gracias a los decretos nacionales, recursos que eran para una destinación diferente; no haber cancelado muchos de los procesos ha permitido que el sector no esté tan mal, no estamos diciendo que está perfecto, pero al menos para que mantengan su nivel y no desaparezcan, en muchos casos”.
Aunque los artistas y gestores culturales superen los obstáculos para llevar a cabo parte de sus actividades y desarrollar contenidos digitales, captar su público tradicional, el de la cuadra, el barrio o la vereda, ha sido todo un reto, porque muchas de estas familias no cuentan con recursos para pagar este servicio o, en otros casos, no hay una buena cobertura en dichos sectores, por ello, algunos de estos líderes comunitarios han buscado otras alternativas para seguir vigentes en el territorio, como hacerles recargas de datos a vecinos que no tienen los recursos, para que se conecten a transmisiones en vivo y conozcan la oferta: “Tenemos compañeros que cuentan con un negocio de cerveza artesanal, ellos han sido muy bonitos en decir ‘yo dono una o dos recargas’; líderes de la comunidad que también han visto nuestro trabajo y que les parece chévere, dicen: ‘Yo presto mi casa, que hay internet’, entonces hay la posibilidad de que dos o tres personas estén en una casa para ver la tertulia. Esas redes que hay en el territorio, nos han permitido sobrevivir durante mucho tiempo”, explica Gladis Ríos, integrante de la plataforma cultural Red-Vuelta en la 80, de San Antonio de Prado.
Por otro lado, en la Corporación Artística Caretas de San Cristóbal, además de buscar asesoría alternativa para el manejo de plataformas virtuales y de adaptar sus obras al lenguaje audiovisual con una duración mucho menor a la que tenían de forma presencial; y alimentar una lista de difusión de WhatsApp con los contactos de los vecinos para mantener su atención frente a la programación del teatro, están gestionando la manera de poderse comunicar con niños de 23 veredas, algunas de las cuales hacen parte de San Sebastián de Palmitas, para desarrollar el evento Festín Colorín Colorado Este Cuento ha Comenzado: “Me he dado cuenta de que muchas veredas no tienen internet y en las escuelas, como tal, no hay servicios de computadores”, explica Sierra, así que, entre otras estrategias, esperan poder concretar, con algunos docentes, unos minutos durante su clase con los alumnos que se conectan, para compartirles los contenidos pregrabados y editados, en los que han venido trabajando con los artistas invitados a ese festival.
Algunos procesos de los territorios, durante esta época de cuarentena, han seguido con algunas de sus actividades gracias a la financiación de la administración local —mediante convocatorias—, otros por convenios con privados, otros por autogestión. Hay quienes no dependen económicamente de sus actividades artísticas y otros han invertido sus ahorros para sobrevivir en esta crisis. Pero, pese a estos intentos por amortiguarla, estas nuevas alternativas, más que dejarles ganancias les han permitido resolver, para algunos casos, gastos básicos para no desaparecer. “La verdad, la única fuente de ingresos que tenemos es generar contenidos que nos den una rentabilidad económica. Uno se pone a pensar: nos ponemos a publicar gratis las obras que hacemos, entonces ¿nosotros de qué vivimos? En esa medida, dijimos: ‘No, venga, sí vamos a publicar la obra, sí debe de haber una remuneración por parte del espectador’. La mejor manera de evitar que los artistas se nos pierdan o se nos vayan para otros lugares es pagándoles por su arte”, enfatiza Camilo Baena, director General de Casa Arte y actor de Los Pantolocos, de Altavista.
Por otro lado, aún con un saldo en rojo, el grupo de teatro Ayaneiba de San Cristóbal mantiene procesos de formación virtual con niños y adultos mayores de la Comuna 10 —centro de Medellín— sin recibir remuneración alguna. Espacios que se dan en medio de las dificultades técnicas para conectarse a las clases. Según Hernández, su directora, esto lo hacen como una forma de servicio social durante esta época: “Sabemos que esos espacios deben tener continuidad. Hago parte de esta población que nos ha tocado mucho el encierro, en algunos casos el adulto mayor ha estado deprimido y desanimado; es como subir los ánimos”.
Estos procesos coinciden en la importancia de la presencialidad para desarrollar sus actividades, en la escasez de recursos para mantenerlas, en lo lejanos que están de sus públicos, en las capacitaciones o autoformaciones que han emprendido para adentrarse en el mundo digital, pero sobre todo en la importancia que ha tenido, en estos tiempos de crisis, el arte y la cultura para la sociedad, por ello, piden, también, apoyo de parte de los espectadores para seguir manteniendo vivo su arte: “Más que económicamente, es participando, el mejor aliento para uno es cuando ve que lo que uno está haciendo la gente lo está aprovechando, entonces es muy motivador. Ojalá recojan eso que queremos dar con tanto cariño, con tanto amor y lo aprovechen”, agrega, por último, Juan David Monsalve, representante legal de la Corporación Cultural Altavista.