Hoy, 27 de marzo se conmemora el día internacional del teatro. Sentimos en cada rincón del planeta, el palpitar de millones de corazones que han encontrado en el teatro lo que sus voces interiores reclamaron. Por este motivo queremos compartir unas palabras nobles en honor de cada ser, cada visión, cada viva encarnación de este abrazo de la vida llamado teatro.
Tomándolo por sí mismo y tan solo por sí mismo el teatro semeja un osario y su conmemoración la exhumación de los restos de un cadáver sin rostro, sin nombre. Pero el teatro no es solo eso; es uno de esos aspectos de la vida humana, “estados” o “dimensiones”, si se quiere, que son tan arcaicos y a la vez tan novedosos como la vida misma. Puede decirse del teatro que es una dimensión origen, o más precisamente, una práctica que nos permite rehacer el origen a cada nuevo paso, un puente artesanal que nos ofrece la oportunidad de visitar y reformular la idea o la sensación del origen de lo que fue, es y será.
El teatro hunde sus raíces en la prehistoria y la posthistoria, y más allá de toda posible tecnificación y enfriamiento de la vida permanece, ya como la nostalgia, ya como el contraste, ya como la reformulación de todo proyecto humano, ya como expresión sofisticada de una evolución afectiva y social, ya como la vivencia intensificada de la vida, ya como resistencia a la vía de todo cuanto supone la extirpación de la condición microbiana de la vida orgánica, ya como abrazo, ya como juntura, ya como denuncia o llanto.
Como el principio que recogen el uso de la plomada y el nivel, que han perdurado a lo largo de los siglos adaptándose a cada nuevo escalafón de la vertiginosa evolución técnica, así el teatro ha sobrevivido a la vorágine histórica, aferrándose a sus principios y adaptándose a múltiples contextos y propósitos: ¿puede el teatro sobrevivir si no atiende a su principio de reunión de cuerpos vivientes? ¿puede el teatro sobrevivir si renuncia al principio de creación y búsqueda? ¿puede el teatro sobrevivir si renuncia a su condición finita y artesanal? No lo sabemos, quizás, pero estos son algunos de los motivos por los cuales hacer teatro es sentir que puedes incidir activamente sobre tú vida y la de los demás.
El teatro se hace con las manos, con los pies, con las vísceras, con los pulmones, con la mirada, con los sentidos, con la mente, con las personas, con la experiencia viva y perecedera, con las juntanzas, con el otro y la otra, con la carencia, con la abundancia. A lo largo y ancho del planeta hay personas que saben-y-saben-hacer y que saben-hacer-sin-saber (porque mejor es saber hacer que solo saber), que el teatro se hace con la propia vida y se la alimenta de la incansable búsqueda de sentido, auto cocimiento y reformulación personal, colectiva, de la especie humana: esta es la base de su extrema actualidad y su generosa apertura.
No existe el teatro en general, sino la posibilidad de crear y recrear el teatro aquí y ahora, donde sea que se esté. Por todo esto, desde Pantolocos alzamos nuestras voces y nuestras manos al universo, enraizando nuestros pies al suelo, y celebramos, honramos la infinidad de teatros, poéticas, visiones, pasiones, búsquedas y encuentros que constituyen esta hermosa tradición de tradiciones, multiplicidades, diferencias y potencias que es “el teatro”. Celebramos y honramos, a quienes, en vida, tanto en el pasado, el presente y en los tiempos venideros, encuentren en el teatro una posibilidad para abrazar y afirmar la vida como la más hermosa y maravillosa experiencia.